Si ha llegado a esta exposición es porque su interés lo ha puesto en un lugar de privilegio para poder experimentar una relación directa con el producto del trabajo de una artista.


No le adelantaremos nada respecto de lo que es su responsabilidad asumida, los contenidos posibles son solamente propuestas superficiales que, como la punta de un iceberg, sólo deja asomar un mínimo posible para alertarlo, activando una totalidad infinita en el cada vez de su mirada.


Menos aún apelaremos a su complicidad, ya que si no la tiene con anterioridad por razones familiares o de otra índole, no le será de mucha utilidad en esta vuelta.


Sólo le aclararemos que, sobre lo que está a pasos de mirar, debe tener la seguridad que son pinturas entendidas como manifestaciones artísticas.


Es decir, todo lo que tenemos a la vista, son manchas sobre una superficie configuradas a partir de un borde.

El resto son fantasmas.




Manchas como espectros

“Los ojos de Melancolía miran al reino de lo invisible con la misma intensidad con que su mano ase lo impalpable (...) Rodeada de los instrumentos del trabajo creador pero cavilando tristemente con la sensación de no llegar a nada.”


Erwin Panofsky, Fritz Saxl & Raymond Klibansky




La imagen y su doble hacen comparecer el espectro, en el sentido que le daban los antiguos griegos cuando no querían apelar a la nitidez del ícono, sino más bien a la inasible levedad de su soporte.


La imagen es siempre pura anacronía, un tiempo que se trae a presencia por ausencia. Por ello que las imágenes son la ortopedia del recuerdo en la obsesión de muchos por superar el tiempo.


No hay imágenes que estén fuera de la nostalgia, por lo que no habrá que insistir que lo que trae a presencia Ángela Wilson es su propia nostalgia, no la de la anécdota de sus filiaciones, sino la nostalgia por el acto de pintar.


Aquí el archivo familiar expuesto, es a la pintura lo que el recuerdo es a superar el tiempo. Es así que en donde intentemos buscar veladuras no las encontraremos, más bien se nos aparecerá un sutil sistema de soportes, translúcidos en la vigilia por una mancha ausente en su densidad.


El resultado es una paradojal mancha ausente, una mancha que se retrae, no porque se comprima analíticamente en la absorción de sus soportes -como es la mancha embebida en la resequedad de un desierto-, sino que más bien se volatiliza en la porosidad de su retorno.


En medio de lo cual se sigue deseando.




Superficies como pieles

“Todo cuanto puedes ver alrededor tuyo en el mundo, se presenta a tus ojos como una distribución de manchas de diferentes colores, sombreadas de diferente manera. Algunas de esas manchas de color tienen una apariencia de líneas o una textura parecida a la de un pedazo de tela, o de se seda, con sus hilos o hebras, o a la piel de un animal.”


John Ruskin


Mucho se ha escrito respecto de la fobia a la corporalidad en la pintura chilena. Desde ese consenso, la historia de la pintura en nuestro país reconoce tres etapas: en la primera se retrae el cuerpo mientras se expande el paisaje, en la segunda se viste el cuerpo mientras se desnuda el sujeto y, finalmente, en la tercera se suprime al sujeto mientras se busca el objeto.


Síntesis que resume, al menos, sus primeros cien años.


Habida cuenta de ello, la pregunta recurrente sobre una revisión problemática de la práctica de la pintura ha sido ¿dónde está el cuerpo en la pintura?


Y ahí es donde creemos que los esfuerzos de Ángela Wilson se anidan en el de aquellos pintores hijos del rigor, para los cuales hacerse preguntas frente al acto de pintar resulta necesario, aún a riesgo de ser paralizante. Por lo que para ella esa pregunta parece haber sido desplazada por ¿dónde está el cuerpo de la pintura?

Esta otra pregunta marca al sesgo el reconocimiento de que la pintura de cuerpos siempre es sobre otros cuerpos. Incluso en el autorretrato, donde siempre opera el extrañamiento narcisista que nos deja a la espera de que el propio cuerpo se llegue a convertir en objeto de deseo de la representación de otros. En medio de lo cual se sigue pintando.




Bordes como sombras

“Al día siguiente, por la mañana, cuando bajaron a almorzar, encontraron de nuevo la terrible mancha sobre el entarimado. -No creo que tenga la culpa el "limpiador sin rival" -dijo Washington-, pues lo he ensayado sobre toda clase de manchas. Debe ser el fantasma.”


Óscar Wilde




Un castillo debe estar habitado por fantasmas, al menos eso dicta la tradición literaria. Por lo que para nadie podría pasar inadvertido el hecho de que sea en un castillo donde precisamente habiten las obras de Ángela Wilson, al menos por el tiempo que dure su exposición.


Y es que precisamente un fantasma expuesto es lo que, por definición, aparece cada vez que el acto de pintar se convierte en arte. Para una artista como ella no bastará nunca con manchar sobre una superficie para invocar figuras. Éstas deben ser índice de otra cosa, como la sombra lo es de un cuerpo.


Por eso es que sus tondos son como bastidores de bordado, no sólo por el borde de su diámetro, sino también por el sentido de urdiembre del recuerdo.

Finalmente, la ortogonalidad del cuadro en tanto ventana del paisaje, se transmuta en una circularidad propia de las ventanas de las embarcaciones. El castillo es en realidad un barco fantasma, único que puede hacer de la sinestesia de la artista un retorno al mar.


En una práctica como la de arte contemporáneo, aparentemente cada vez más cansada de si mismo, el horizonte de expectación colectivo supera la sensación de no llegar a nada. Por lo que nada más allá del rumor del mar, parece que finalmente nos ofrecen las obras de Ángela Wilson.


En medio de lo cual se sigue recordando.


José de Nordenflycht, Viña del Mar, Agosto 2011
Notas

PANOFSKY, Erwin, Fritz SAXL y Raymond KLIBANSKY Saturno y la Melancolía, Alianza, Madrid, 1991 (1964).

RUSKIN, John Elementos de Dibujo, Colorido y Composición, Editorial Centauro, México DF, 1944 (1857).

WILDE, Óscar El Fantasma de Canterville, Alianza, Madrid, 1995 (1887).


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